martes, 10 de junio de 2025

El gobierno de Sheinbaum y la negación del 10 de junio

 


Fotos de archivo


Por Joel Ortega Juárez

El movimiento del 10 de junio de 1971, que tuvo lugar durante la celebración del Día de Corpus en las calles de San Cosme en la Ciudad de México, tuvo como objetivo central defender la autonomía del movimiento estudiantil frente al Estado e impulsar una política de unión obrero-estudiantil, una meta que no pudo concretarse en 1968. En ese momento, había diversas huelgas activas —como la de Ayotla, entre otras— que expresaban el descontento creciente entre distintos sectores sociales.

Otra de las prioridades del movimiento fue desmontar la falsa política y la supuesta cultura democrática del gobierno de Luis Echeverría Álvarez, quien logró confundir a amplios sectores, incluidos algunos intelectuales que promovieron una disyuntiva falaz: Echeverría o el fascismo.

Tenemos una investigación en la que se ha documentado el asesinato de 44 personas durante la represión, con nombres y apellidos. Entre ellas, Francisco Treviño Tavares, estudiante, maestro, activista y organizador comunitario. Fue dirigente de la Preparatoria Popular Tacuba y murió a los 19 años en la Cruz Roja, tras recibir disparos del grupo paramilitar Los Halcones.

No obstante, reducir el 10 de junio al amarillismo del llamado “halconazo” es una simplificación que desvía el verdadero sentido del movimiento.

La principal aportación de aquella jornada fue precisamente su autonomía frente al Estado, su partido, sus gobiernos y su ideología. Esa independencia quedó sintetizada en una manta que se levantó ese día y que resumía el espíritu de quienes marchaban:

“LA REVOLUCIÓN MEXICANA HA MUERTO. ¡VIVA LA REVOLUCIÓN SOCIALISTA!”

Existen miles de historias sobre aquel día: algunas reales, otras fantásticas; tantas como asistentes hubo —o más— porque muchos han querido verse reflejados en una gesta histórica. Lo que es innegable es que se trató de una tragedia sin justificación, que los gobiernos sucesivos han intentado minimizar o evadir.

Con los años, se logró que la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado procesara, detuviera y mantuviera en prisión domiciliaria a Luis Echeverría Álvarez durante casi tres años, acusado del delito de genocidio. Sin embargo, se rehusaron a imputarle responsabilidad directa en la represión del 10 de junio, alegando que el movimiento no contaba con personalidad jurídica propia.

Precisamente ahí radica la fuerza del 10 de junio: fue un movimiento sin dirigencia única, pero con objetivos colectivos claros y contundentes. Por ello, hoy que se conmemora un aniversario más, es necesario afirmar con firmeza que nadie —y menos el gobierno actual— tiene autoridad moral para proclamarse su vocero, representante o heredero.

Menos aún cuando la política de esta administración contradice abiertamente los ideales que impulsaron el 10 de junio. Se trata de un gobierno que reproduce la cultura política autoritaria de los regímenes surgidos de la Revolución Mexicana, los mismos que acabaron absorbiendo y desmantelando los movimientos sociales independientes. Además, su política exterior muestra una preocupante sumisión frente a Estados Unidos, como ha quedado en evidencia ante el sufrimiento de migrantes mexicanos en ciudades como Los Ángeles, Chicago y muchas más.

En vez de condenar y alzar la voz ante esta masacre migratoria, el gobierno mexicano se ha limitado a declaraciones complacientes, celebrando que “los mexicanos que regresan son bienvenidos”, en una postura que termina justificando las deportaciones masivas promovidas por Donald Trump.

Las contradicciones no acaban ahí. También se reflejan en la política laboral. El 10 de junio buscó —como ya se ha dicho— reconstruir la alianza histórica entre el movimiento estudiantil y el movimiento obrero. Lo que ha hecho este gobierno, en cambio, es revivir el charrismo sindical, representado por figuras como Napoleón Gómez Urrutia, hijo del histórico líder charro Napoleón Gómez Sada, quien en 1968 amenazó con armas a quienes intentaban dialogar con los trabajadores mineros.

Esta administración también se ha aliado con el SNTE, históricamente dirigido por líderes corporativos; ha perseguido a la CNTE, reprimido a las mujeres, ignorado a las madres buscadoras y, las ha descalificado acusándolas de conservadoras.

En suma, el gobierno que hoy preside Claudia Sheinbaum representa todo lo opuesto a los principios, la identidad y el espíritu del movimiento del 10 de junio.

Hay muchas crónicas, muchos testimonios y muchas víctimas. Hoy, familiares y sobrevivientes relatan lo que vivieron, y cada voz es valiosa. Pero lo más importante no es solo narrar la tragedia, sino extraer las lecciones, rescatar el sentido histórico y preservar el legado del movimiento.

 

Un legado que, como entonces, sigue vigente y que se resume con fuerza en una frase que aún resuena:

 

“LA REVOLUCIÓN MEXICANA HA MUERTO. ¡VIVA LA REVOLUCIÓN SOCIALISTA!”

 

 

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