Por Armando García Álvarez
La ciudad
de Los Ángeles, santuario de comunidades inmigrantes, se ha convertido en los
últimos días en un epicentro del miedo y la persecución, no por causa del
crimen o del caos, sino por la ejecución deliberada de una política migratoria
represiva, impulsada con fervor ideológico por Donald Trump. En esta editorial
denunciamos el carácter fascista de estas políticas, que socavan los derechos
humanos, la dignidad y la vida misma de millones de residentes.
Bajo el
discurso de “ley y orden”, Trump ha transformado la aplicación de la ley
migratoria en una maquinaria de terror. Agentes de ICE patrullan calles, entran
a vecindarios latinos, interrogan a personas por su acento, su color de piel o
simplemente por su código postal. La criminalización del inmigrante —un
principio central en la retórica fascista— ha calado profundamente en sus
discursos, en sus órdenes ejecutivas y en su aparato de propaganda.
Los
Ángeles, con su población mayoritariamente latina, ha sido uno de los blancos
principales. Familias divididas, niños traumatizados, redadas masivas sin
órdenes judiciales: esto no es un país libre, es un régimen de persecución
selectiva. A través de la deportación sistemática y la deshumanización del
inmigrante, el estado trumpista busca consolidar un control social basado en el
miedo.
Esta
política de "limpieza étnica suave", disfrazada de cumplimiento
legal, tiene paralelismos históricos alarmantes. Como en los regímenes
fascistas del siglo XX, se identifica un enemigo interno (en este caso, el
inmigrante indocumentado), se le culpa de todos los males sociales, y se
moviliza el aparato estatal para expulsarlo, marcarlo y silenciarlo. Esta no es
una exageración retórica: es una descripción exacta de lo que está ocurriendo
en las calles de Los Ángeles hoy.
Frente a
este panorama, no basta con declaraciones simbólicas de ciudades santuario. Se
necesita una resistencia política organizada, desde los gobiernos locales hasta
los movimientos sociales. Es hora de llamar las cosas por su nombre: estamos
ante un intento autoritario de reconfigurar la identidad de Estados Unidos
excluyendo a millones. El silencio o la pasividad, en este contexto, equivalen
a complicidad.
La historia
juzgará a esta nación no por sus discursos de libertad, sino por su trato a los
más vulnerables. Hoy, en Los Ángeles y en todo el país, se libra una batalla
por el alma de la democracia estadounidense. Y en esa batalla, el fascismo
migratorio de Trump no puede, no debe, prevalecer.
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