Evo Morales
Ayma. Ex presidente de Bolivia, foto proporcionada por el autor
Por
Ollantay Itzamná
El
escenario político boliviano vuelve a estar marcado por la sombra del evismo,
una tergiversación de las aspiraciones sociopolíticas de los movimientos
indígenas y campesinos, que persiste en catapultar a la fuerza a Evo Morales
como candidato presidencial para las elecciones generales del 17 de agosto
próximo.
Es
imperativo recordar los orígenes prometedores que llevaron a Evo Morales al
poder en 2006. Su ascenso representó una esperanza genuina para millones de
bolivianos históricamente marginados, un quiebre con siglos de colonialismo
interno y exclusión.
Los ideales
de autodeterminación, justicia social y reconocimiento de la plurinacionalidad
resonaban con fuerza en un país sediento de equidad.
Durante los años de gobierno de Evo Morales, Bolivia experimentó
transformaciones económicas y socioculturales significativas. La
nacionalización de los hidrocarburos impulsó un crecimiento económico sin
precedentes, permitiendo una redistribución de la riqueza que sacó a millones
de la pobreza. Se avanzó en la reducción de la desigualdad, el acceso a
servicios básicos y el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas,
incluyendo la promulgación de una nueva Constitución que sentó las bases de un
Estado Plurinacional. Estos logros son innegables y marcaron un antes y un
después en la historia boliviana.
Sin
embargo, aquella fuerza sociopolítica encabezado por Evo Morales, al transitar
hacia el evismo, ha demostrado un preocupante alejamiento de aquellos
principios ético-políticos que lo hicieron grande.
La rotación
en los cargos políticos, un pilar fundamental de la democracia comunitaria y
una garantía contra la concentración de poder fue erosionada por una férrea
voluntad de permanencia.
La
prevalencia del interés comunitario sobre las aspiraciones individuales, otro
principio rector de los movimientos indígenas se vio opacada por la actitud de
Evo Morales de autoproclamarse el candidato o gobernante perpetuo de Bolivia,
desafiando incluso los límites constitucionales.
La búsqueda
de la reelección indefinida no solo traicionó el espíritu de la Constitución
que él mismo impulsó, sino que también sembró las semillas de la polarización y
la confrontación sociopolítica violenta actual.
Es crucial señalar que esta deriva no es exclusiva del evismo, sino que es un
rasgo recurrente en la «izquierda colonial» que, lamentablemente, ha cooptado y
desvirtuado muchos de los ideales de liberación. A esta «izquierda colonial» le
importa poco el pueblo aborigen que muere en las luchas o que soporta las
consecuencias de sus decisiones. Lo que realmente les importa es la plata, el
poder y los privilegios que emanan de la hegemonía política.
La retórica
antiimperialista y de defensa del pueblo indígena se convierte en una máscara
para perpetuar un sistema de dominación, donde la lucha por la justicia se
instrumentaliza para fines personales y grupales.
Bolivia
merece un gobierno que priorice el bienestar colectivo sobre las ambiciones
individuales, que respete la institucionalidad y que honre la memoria de
aquellos que lucharon por una Bolivia plurinacional orientado hacia el Buen
Vivir.