Foto ID 147277527 | Pope Francis © Xantana | Dreamstime.com
Por Armando García
Con la
partida del Papa Francisco, el mundo despide no solo a un líder religioso, sino
a una figura histórica que marcó profundamente el siglo XXI. Su muerte deja un
vacío en la Iglesia Católica, pero también un legado indeleble de humildad,
reforma y cercanía con los marginados.
Jorge Mario
Bergoglio, el primer Papa latinoamericano y jesuita, rompió moldes desde su
elección en 2013. Su elección misma fue histórica: un pastor venido del “fin
del mundo”, como él mismo lo expresó, que llegó al trono de Pedro con una
visión clara de transformación. Desde el inicio, optó por un estilo sobrio,
rechazando muchos de los símbolos de poder papal, y priorizando el servicio por
encima de la pompa.
Su legado
está marcado por una Iglesia que intentó volver a sus raíces evangélicas. Habló
con fuerza contra la “Iglesia autorreferencial” y propuso una Iglesia “en
salida”, comprometida con el dolor del mundo. Insistió en que el papel de los
pastores es oler “a oveja”, es decir, estar cerca del pueblo, compartir sus
luchas y alegrías.
Francisco
fue una voz profética en un mundo fracturado. Denunció con valentía la
indiferencia global ante el sufrimiento de migrantes, la destrucción del medio
ambiente y la injusticia económica. Su encíclica Laudato Si’ se
convirtió en un documento clave para la conciencia ecológica mundial. Y Fratelli
Tutti, un llamado radical a la fraternidad humana, desafió al mundo a
construir puentes en lugar de muros.
Pero su
pontificado también estuvo marcado por luchas internas. Sus intentos de reforma
dentro de la curia romana y de los mecanismos de poder eclesial enfrentaron
resistencias. La gestión de los casos de abuso sexual dentro de la Iglesia,
aunque más firme que la de algunos predecesores, sigue siendo un tema en el que
su legado será examinado críticamente.
Sin
embargo, si algo definió a Francisco fue su cercanía humana. El Papa de los
gestos: abrazando a los enfermos, llamando por teléfono a fieles comunes,
lavando los pies a presos y mujeres en Jueves Santo. Fue un Papa que no buscó
agradar a todos, pero sí tocar corazones.
Hoy, al
despedirlo, el mundo reconoce en él a un líder espiritual que supo incomodar,
pero también consolar. Su vida fue testimonio de una fe vivida con sencillez,
de una esperanza sembrada entre los descartados, y de una Iglesia que, aun
herida, busca caminar con el mundo y no por encima de él.
El Papa
Francisco ha partido. Pero su voz, sus gestos y su visión seguirán resonando
por mucho tiempo. Su legado, como el buen perfume del Evangelio,
permanecerá.
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