miércoles, 22 de octubre de 2025

Violencia Programada en Ecuador, Perú y El Salvador




Por Ollantay Itzamná

La implementación de estados de excepción o regímenes similares en países latinoamericanos como El Salvador, Ecuador y Perú ha despertado serias preocupaciones sobre su verdadero propósito. Existe un patrón emergente donde la violencia programada o inducida parece ser utilizada como un pretexto para la imposición de estas medidas extraordinarias, cuyo efecto principal es la suspensión o el control de la protesta social legítima.

La protesta ciudadana surge, en gran medida, como respuesta al descontento generalizado ante la corrupción endémica y los procesos de privatización de bienes y servicios públicos, que se perciben como un despojo del patrimonio nacional en favor de intereses privados y élites.

Instrumentalización de la Violencia

En los casos concretos mencionados, se observa cómo la escalada de la violencia criminal o social, real o magnificada, se convierte en la justificación principal para que los gobiernos declaren estados de emergencia, sitios o excepción. Estas declaratorias suelen otorgar a las fuerzas de seguridad (militares y policiales) poderes desmedidos que van más allá del combate al crimen organizado, dirigiéndose, de facto, contra el ejercicio de derechos fundamentales como la libre expresión y la reunión pacífica.

El Salvador: El régimen de excepción, inicialmente justificado por la lucha contra las pandillas (maras), ha implicado la suspensión de garantías constitucionales, lo que organizaciones de derechos humanos denuncian como un marco propicio para detenciones arbitrarias y abusos, afectando a poblaciones vulnerables y, potencialmente, inhibiendo la crítica política.

Ecuador: Las declaratorias de estado de excepción por crisis de seguridad o protestas han permitido la militarización de espacios públicos, dificultando la movilización de grupos sociales e indígenas que se oponen a políticas extractivistas o económicas.

Perú: La respuesta a protestas masivas, especialmente en el sur andino, ha incluido el despliegue militar bajo estados de emergencia, resultando en un alto costo de vidas humanas y heridos, un indicativo de la violencia estatal desmedida. La declaratoria de Estado de sitio en Lima y Callao es una muestra más.

Consecuencias a mediano plazo: Desintegración social y estatal

 La respuesta estatal con violencia y represión, lejos de escarmentar o asustar permanentemente a la población descontenta, genera un efecto contrario y más peligroso a largo plazo:

Creación de Nichos Sociales Anti-Estado: La violencia estatal desmedida y la impunidad percibida convierten a amplios sectores de la población, ya desilusionados por la corrupción, en nichos sociales anti-estado. El aparato estatal deja de ser visto como un garante de derechos y se convierte en el principal agente represor y violento. Esto erosiona la legitimidad, la confianza y la cohesión social.

Debilitamiento del Estado nacional: Esta violencia programada podría estar buscando, a mediano plazo, el debilitamiento y/o la desaparición funcional de los estados nacionales tal como se conocían. Los estados que en otros tiempos defendieron su soberanía y buscaron construir una nación unificada, hoy parecen estar desmantelando sus bases sociales y soberanas mediante: La cesión de control territorial y seguridad a fuerzas con agendas cuestionables. La criminalización de la defensa de los bienes públicos y la soberanía económica. El uso de la fuerza desproporcionada que fractura el pacto social.

El resultado es la consolidación de territorios cada vez más violentos y fragmentados,

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