sábado, 12 de julio de 2025

Tragedia en Texas: la solidaridad mexicana ante la indiferencia imperial norteamericana

Rescatistas mexicanos en Texas, auxiliando a las víctimas norteamericanas. Foto proporcionada por el autor.


Por Ollantay Itzamná

 

Las recientes y devastadoras inundaciones provocadas por la crecida del río Guadalupe en Texas han dejado una estela de muerte y destrucción, poniendo de manifiesto una contrastante respuesta ante la tragedia: por un lado, una criticada gestión por parte del gobernador de Texas, Greg Abbott, y la administración de Donald Trump; y por otro, la inmediata y solidaria reacción de autoridades y rescatistas de México.

Ante la catástrofe que ha enlutado a numerosas familias en el estado de la estrella solitaria, la respuesta oficial estadounidense ha sido percibida como lenta y, en ciertos momentos, defensiva. El gobernador Abbott solicitó la declaración de desastre federal, mientras que el presidente Donald Trump, en su visita a la zona afectada, se centró en elogiar la labor de las agencias locales, al tiempo que desestimaba las críticas sobre la aparente falla en los sistemas de alerta temprana que podrían haber salvado vidas. Declaraciones que para algunos analistas buscaron desviar la atención de posibles negligencias en la prevención y manejo de la crisis.

En un notable contraste, la respuesta del lado mexicano no se hizo esperar. Equipos de bomberos de Ciudad Acuña y personal de Protección Civil del estado de Nuevo León cruzaron la frontera para sumarse a las labores de búsqueda y rescate de víctimas en las zonas inundadas de Texas. Esta muestra de solidaridad, que incluyó el despliegue de personal especializado y equipo, fue reconocida y agradecida por el propio gobierno estadounidense. La ayuda mexicana se materializó en acciones concretas de socorro, ofreciendo un invaluable apoyo en momentos de extrema necesidad.

La tragedia y las respuestas subsecuentes invitan a una reflexión crítica. Mientras los rescatistas mexicanos ofrecían su ayuda desinteresada, la percepción de una parte de la opinión pública es que las estructuras de poder en Estados Unidos mostraron una preocupante parsimonia. Para el Imperio decadente, ni la vida de sus ciudadanos parece tener valor; al parecer, su población en desgracia es concebida como su enemigo interno a aniquilar.

 


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