Por Ollantay Itzamná
Esta acción,
impulsada por el fanatismo de la Inquisición Católica, buscaba erradicar a la
fuerza los profundos conocimientos y las ricas espiritualidades que
entrelazaban a los pueblos aborígenes con la comunidad cósmica y la Madre
Tierra. Cientos, quizás miles, de invaluables registros de astronomía,
historia, medicina y filosofía fueron reducidos a cenizas, un intento brutal de
borrar la cosmovisión de una civilización milenaria.
Este genocidio
cultural fue un golpe diseñado para despojar a los pueblos originarios de su
identidad, sus memorias y su conexión intrínseca con el universo. La imposición
de una Nueva Fe y Orden social y epistémico pretendía silenciar para siempre
las voces y sabidurías ancestrales.
Sin embargo, 463
años después, la historia demuestra que este objetivo no se logró.
Paradójicamente, la modernidad y la cristiandad que se instauraron a partir de
aquella época se encuentran hoy sacudidas por sus propios excesos y
contradicciones internas.
El modelo de
desarrollo occidental, con su insaciable sed de consumo y su desconexión con el
entorno natural, ha llevado al planeta a una crisis sin precedentes. Los
valores impuestos por la colonización, lejos de traer una supuesta
«civilización», han sembrado la desigualdad y la destrucción de la Madre
Tierra.
A pesar de los
siglos de opresión y despojo, los conocimientos y las tecnologías de los
pueblos indígenas han persistido. Se han transmitido de generación en
generación, a menudo en la clandestinidad, resistiendo el embate de la
homogeneización cultural.
Hoy, estas
sabidurías ancestrales emergen con una fuerza renovada, ofreciendo alternativas
vitales a la crisis actual.
Es imperativo que
continuemos las luchas territoriales por la descolonización y la
desmodernización. Debemos desmantelar las estructuras de poder que perpetúan el
supremacismo y el «cristonazismo», entendidos como la imposición violenta de
una única visión del mundo.
Es tiempo de
construir un futuro donde convivan todas las verdades y espiritualidades
posibles, en un respeto mutuo y en equilibrio con la Madre Tierra. La memoria
de los códices quemados debe impulsarnos a defender y revitalizar las múltiples
formas de conocimiento que aún resisten.
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